La posición del misionero es una de las más clásicas y conocidas en el sexo. Ofrece cercanía y contacto visual, lo que fortalece la intimidad, pero también puede limitar la variedad de movimientos y la estimulación de ciertas zonas.
La posición del misionero es una de las más conocidas, clásicas y practicadas en el sexo. Aunque muchos la consideran básica, lo cierto es que puede ser una de las más íntimas, cómodas y placenteras cuando se sabe aprovechar.
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Origen y significado de la posición del misionero
Entre todas las posiciones sexuales, el misionero es una de las más tradicionales y conocidas. Su nombre se remonta a la época en que los colonizadores llegaron a América, donde se decía que los misioneros promovían esta postura como la única “correcta” y “moral” para tener relaciones sexuales, dejando de lado otras prácticas consideradas indecorosas o “animales”.
Con ello, no solo se buscaba moralizar el sexo, sino también establecer roles muy marcados: el hombre como figura activa y dominante, y la mujer como pasiva y sumisa.
Sin embargo, más allá de su origen histórico, esta posición tiene pros y contras en la intimidad que vale la pena conocer.

Pros de la posición del misionero
1. Permite la interacción entre el hombre y la mujer
Esta posición permite una interacción cara a cara entre la pareja, facilita los besos, las caricias frente a frente, así como el juego con otras zonas erógenas como los labios, el cuello o los senos.
2. Es una posición sencilla
Su sencillez facilita los encuentros a las parejas que por primera vez se encuentran en la cama, disminuyendo la posibilidad de fracasar.
3. Facilita la concepción
Si una pareja está buscando quedar embarazada, esta posición es muy buena, ya que la gravedad tiende a ayudar a que el esperma llegue al óvulo.
Con una almohada en la parte baja de la espalda de la mujer, se puede facilitar aún más este objetivo.

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Contras de la posición del misionero
1. El hombre lleva las de ganar
El hombre es el que pone el ritmo en el encuentro sexual, tiene el control de la velocidad y de los movimientos, favoreciendo que él quede sexualmente satisfecho y no necesariamente la mujer.
2. No favorece la estimulación de la mujer
Ya que el peso del hombre se encuentra sobre la mujer, las zonas erógenas que deben ser estimuladas para que una mujer llegue al orgasmo no necesariamente son estimuladas, lo que puede llevar a la mujer a no sentir placer en el encuentro, ni a alcanzar un orgasmo.

3. Es repetitiva y monótona
Como mujer, la posición requiere una actitud sumisa, relegada a los movimientos del hombre, por lo que si el chico no es muy creativo, no permitirá que se realice una variación o un cambio en la posición, derivando en movimientos monótonos, repetitivos y rutinarios.
En conclusión, la posición del misionero puede tener un trasfondo histórico que la hace ver tradicional, pero hoy en día sigue siendo una de las más practicadas gracias a su intimidad, comodidad y versatilidad.

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Con pequeños ajustes y creatividad, puede transformarse en una experiencia placentera y significativa para ambos, siempre que se deje atrás la visión de roles rígidos y se viva desde la conexión, el deseo y la complicidad en pareja.